François Dolmetsch hace parte de la larga historia de la fotografía artística en Colombia. Ha vivido la mayor parte de su vida en Cali y por más de 50 años ha estado en una búsqueda por definir, no solo su propia identidad dentro de Colombia, sino la identidad de otros a través de la exploración y la imagen. A menudo, Dolmetsch habla de la inspiración que ha recibido del trabajo de Edward Weston, principalmente por el uso de la luz y la forma, e igualmente resalta el trabajo de Walker Evans y lo relaciona con el suyo debido a los largos viajes que hacía este fotografo a lo largo de los Estados Unidos en busca de una definición de la cultura.
Es evidente la influencia de estos dos fotógrafos norteamericanos al ver su taller y la gran cantidad de imágenes producto de viajes. Después de 50 años de producir arte fotográfico Dolmetsch ha llegado a un punto inevitable de fusión.
En la serie Armero, la Pompeya Colombiana, utiliza su amplia investigación en cuanto a luz y forma a la vez que acentúa la relación equivalente de su búsqueda por presentar una cultura intrínseca. Armero toma una mirada a dos culturas: aquella perdida en los escombros de la ciudad de Armero y la del medio ambiente que denota su existencia.
Después de dos años de viajes a la antigua ciudad de Armero y al Nevado del Ruiz, montaña volcánica responsable del la total destrucción de Armero en 1985, Dolmetsch comenzó a capturar la esencia de esta "tierra santa" a través de la majestuosa belleza de volcán en lo alto y la tierra fértil en lo bajo. La presentación final de este trabajo es vista a través de cuadrípticos en los cuales las dos imágenes superiores retratan la belleza natural y existencia amenazadora de el volcán con su entorno, mientras las dos imágenes inferiores presentan la lenta deterioración de la presencia humana y el regreso del paisaje. En esta serie se hace evidente que los paisajes que nos contienen son mucho más poderosos que el hombre.
La serie Armero, la Pompeya Colombiana, es un homenaje a las más de 25,000 personas que murieron en Armero en noviembre de 1985, a través de el reconocimiento de la tierra que permanece como campo santo y la belleza de una montaña que es a la vez fuente de vida y destrucción. Las imágenes exaltan una naturaleza espiritual a la vez que son contundentes en su discurso.