Hernán Díaz
El fervor por la fotografía de arte que se comprueba continuamente en Europa y Norteamérica, es muy poco visible en Colombia. La mayor parte del público considera que la fotografía muestra con nitidez lo que todos somos capaces de ver y que no es más que la fijación de ciertas imágenes petrificadas en actitudes convencionales. El fotógrafo artista, sin embargo, es mucho más que un cronista que registra con pasividad elegante las cosas existentes: debe descubrirnos el significado de las cosas simples, subrayar la poesía en la cual no tenemos ni tiempo ni muchas veces capacidad de reparar, exaltar limpiamente la belleza de un mundo cotidiano que zarandeamos sin misericordia, ciegos, apresurados, indiferentes a su canto profundo. El fotógrafo no nos hará el trabajo de gran prestidigitador que esperamos de los pintores, capaces de cambiarnos un mundo por otro: le toca una tarea más sutil, la de darle un significado nuevo a las imágenes que ya no nos interesan porque estamos demasiado seguros de poseerlas. Los grandes fotógrafos han rehecho todo, desde el cuerpo desnudo hasta una cafetera olvidada en el ángulo de la mesa. Han tenido ambiciones más generales y vastas, como la de reconstruir la vida del hombre y obligar a ese mismo hombre, su público, a que tome conciencia de esa vida como de algo impostergable y maravilloso. Han adiestrado con inteligencia y con emoción públicos cultos y por eso mismo siempre dispuestos a redescubrir el mundo de las formas.
La tarea y la suerte de un fotógrafo dé arte en Colombia me parece más heroica, porque no siempre el público responde a la invitación a ver. Todo en Colombia, por más viejo que sea en el resto del planeta, es asombrosamente inédito. El fotógrafo de arte empieza a mostrar; su espectador comienza a descubrir. El fotógrafo ha caminado entre cosas simples: el país en que vive lo condena fatalmente hacia el niño negro con su miserable vientre hinchado, hacia las mujeres de pueblo bloqueadas en las pesadillas de su tarea sin fin, hacia los entierros pobres deslizando su desnudez hiriente y lastimosa por la radiante ladera de la montaña. Pero una vez que presenta su carta de ciudadanía y que aclara con ella que su cámara no está apoyada en la Acrópolis para ver el Mediterráneo sino en una región escueta y lacerada que se llama Colombia, el fotógrafo se deja llevar por la vitalidad y el encantamiento de las imágenes y ya nada interfiere su placer de comunicar a los demás sus propias revelaciones. En este momento el fotógrafo de arte toma nombres precisos y distintos: Hernán Díaz y Guillermo Angulo.
Las fotografías de Hernán Díaz presentadas en la Sociedad Económica de Amigos del País, son composiciones dominadas por un interés plástico. El negro y el blanco se vuelven contrapunto dinámico y el pintor que está detrás del fotógrafo olvida casi el significado del tema para resolverlo como una serie de formas válidas en sí mismas. Más aún que en una pintura, alterada irremediablemente por la sensualidad de los colores, la forma emerge aquí pura, residiendo con fuerza en la línea desvencijada de un coche o en el brazo oscuro de una mujer, o en la convulsión abanderada de una falda en mitad de la danza.
Guillermo Ángulo está más unido a las cosas reales y más interesado que Hernán Díaz en explicar sus significados. Fotografía reivindicatoria, es la apoteosis de las cosas simples y se complace en inventariar lo que la sociedad ha relegado a su trastienda oscura. Esta declaración de contenidos, sin embargo, está muy lejos del cartel demagógico y se hace con inteligencia a través de la belleza con que se coloca la imagen en su imprevisto y emocionante escenario.
Por ambos lados, por el lado plástico de Díaz o por el lado realista de Angulo, la exposición es excelente. Elogio que habría que extender a la manera de presentar las propias fotografías, inteligente "mise en scène" que nos advierte, desde que trasponemos el umbral, que lo que veremos en las fotografías pertenece, sin equivocación, a la categoría de imágenes re-creadas por un artista.
Hernán Díaz, Blanco y Negro
Por: Marta Traba
Revista Semana, Bogotá-Colombia, 1960